¿Quieres que tu empresa dure más que tú? 3 claves para que la hereden tus nietos y no el banco
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No sé si tu estómago está más acostumbrado a la magra y el tocino… o más bien a la col y las habichuelas.
En cualquier caso, te traigo una receta que no se come… pero alimenta.
Te cuento una historia.
Una vez conocí a un tipo que decía que él solo comía pan, jamón, queso, fruta… y cerveza.
Así, sin más.
Como si fuera un menú cerrado de lunes a domingo.
Dudo que su médico de cabecera aplaudiera mucho esa dieta.
Pero ahí estaba el tío, tan tranquilo.
¿Vivía?
Sí.
¿Sobrevivía?
También.
¿Tenía la vida resuelta?
Quién sabe.
Lo que me llamó la atención no fue tanto su menú, sino su manera de vivir: sencilla.
Y esa palabra es la que hoy quiero tatuarte en la mente empresarial: sencillez.
Porque tú y yo sabemos que cuando uno se pone la gorra de empresario, la cosa se complica.
Nos liamos. Nos emocionamos. Queremos hacerlo todo. Queremos hacerlo ya. Queremos hacerlo bien.
Y acabamos en lo de siempre:
PIN. PAN. PUN.
Disparamos iniciativas como si estuviéramos en una feria de tiro.
Un día lanzas un nuevo servicio, otro día cambias de proveedor, al siguiente empiezas a “profesionalizar” sin saber muy bien qué significa eso.
Y mientras tanto, ¿quién paga la factura de tanto movimiento?
Tu equipo.
Tu tiempo.
Tu salud.
Y, ojo, también la rentabilidad de tu negocio.
El arte perdido de hacer las cosas sencillas
Dirigir bien una empresa no es solo facturar más o abrir nuevas líneas de negocio.
Va mucho más allá: es construir algo que aguante el paso del tiempo.
Algo que no dependa de ti para funcionar.
Y que, si un día tus nietos deciden hacerse cargo, no tengan que empezar desde cero ni reconstruir ruinas.
Para eso, te traigo 3 consejos sencillos.
Sí, sencillos.
De esos que podrías aplicar mañana.
Sin gastarte un euro.
Sin contratar consultores.
Solo con cabeza, papel y boli.
Consejo 1. Zapatero, a tus zapatos
¿Y si dejas de complicarte?
¿Y si vuelves a centrarte en lo que realmente sabes hacer bien?
Es muy tentador ir detrás de la nueva moda, del nuevo sector, de esa oportunidad que parece que se te escapa...
Pero cuidado.
Tu empresa puede parecer sólida por fuera y tener los pilares llenos de carcoma por dentro.
Antes de abrir nuevas líneas, revisa las actuales.
Antes de crecer más, asegúrate de que no se te cae lo que ya tienes.
Antes de invertir fuera, invierte dentro: en procesos, en equipo, en rentabilidad real.
Hazte esta pregunta:
¿Estoy construyendo sobre cemento armado o sobre arena de playa?
Consejo 2. Escucha a tu equipo (de verdad)
Una empresa no se dirige desde el despacho, se dirige desde la conversación.
No me refiero a la reunión semanal en la que tú hablas y ellos asienten.
Me refiero a escuchar de verdad.
Dedica 30 minutos a la semana a hablar con 1 persona de tu equipo.
Uno a uno.
Sin testigos.
Sin corbata.
Sin PowerPoint.
Hazle preguntas como si fuera tu socio por un rato:
¿Qué es lo que más te frustra en el día a día?
¿Qué harías tú si fueras el jefe para mejorar las cosas?
¿Dónde crees que estamos perdiendo el tiempo o el dinero?
No hace falta que hagas todo lo que te diga.
Pero si escuchas sin juzgar, vas a detectar puntos ciegos que tú, desde tu atalaya de CEO, no puedes ver.
Y lo mejor: vas a generar un compromiso que no se compra con subidas de sueldo.
Se construye con confianza.
Consejo 3. Habla con tus clientes (sí, tú)
Cuando una empresa crece, también lo hacen las paredes del despacho.
Y llega un punto en el que hablar con el dueño es más difícil que concertar una cita con un ministro.
Eso es un error.
Porque la verdadera fuente de ingresos no está en las hojas de Excel.
Está en la mente del cliente.
Y esa solo se explora hablando con ellos.
Haz llamadas.
Invita a un par a un café.
Lánzales una encuesta con 3 preguntas, pero con preguntas buenas. De esas que te dan respuestas que valen oro:
¿Por qué sigues comprándonos?
¿Qué crees que podríamos mejorar?
¿Qué te haría recomendarnos sin dudar?
Porque no se trata solo de vender más.
Se trata de que el cliente diga: “Esta empresa me entiende mejor que nadie”.
Y eso no se logra desde el Power BI.
Se logra desde el contacto humano.
¿Y ahora qué?
Ahora tienes tres llaves.
Tres pequeñas decisiones que, si las tomas en serio, pueden marcar el rumbo de tu empresa para los próximos años.
No necesitas un MBA.
No necesitas cambiar todo.
Solo necesitas volver a lo esencial.
🔹 Volver a lo que sabes hacer bien.
🔹 Volver a escuchar a los que están contigo cada día.
🔹 Volver a hablar con los que pagan las facturas.
Parece simple, ¿verdad?
Lo es.
Pero lo simple no siempre es fácil.
Así que, la próxima vez que te sientas tentado de complicarte con ideas nuevas, recuerda al tipo que comía pan, jamón, queso, fruta y cerveza.
A veces, menos es más.
Y en los negocios, a veces, menos cosas bien hechas valen más que muchas mal hechas.
¿Tu empresa está preparada para durar más que tú?
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